A mí que nadie me mire, que soy invisible...

Crecen en la administración educativa, como el engramen por los campos, los nuevos perfiles profesionales al albur de la imprevisión. Que necesito un funcionario que funcione como si no lo fuera, pues se me ocurre un ocurrido y te nombro personal de aisistencia o de atención o coordinador de coordinación o formador en cascada (generalmente, para cascarla...) o ya veré lo que te nombro pero de momento me vas haciendo tal esto o tal aquello.

Así me muevo yo, emocionalmente roto, por el tramado interior de ese telar educativo. No es que no sepa quién soy o tenga perdidas las referencias saludables de mi mismidad. No, no se trata de eso. Tampoco es que mi pesimismo intelectual haya producido una metástasis irreparable; o que a mi perniciosa y destructiva actividad de la reflexión no le contraaponga yo mi sistemático ejercicio consciente de una voluntad positiva y saludable. No, porque mi entusiasmo sigue intacto y mi voluntarismo muchas veces roza el límite de lo permitido. Que, además, ya lo dice el POSVI (Portal de Observación y Seguimiento de los Voluntarismo Inútiles). Cuando el ejercicio del altruismo roza ciertos valores, el primer consejo saludable es revisar tal ejercicio de la voluntad y sanear los factores medioambientales que lo producen o desencadenan.

Puede que la resistencia al pensamiento negativo y destructivo haya sido mi heroica militancia durante un curso escolar, o dos o incluso tres o más. Puede que el ejercicio personal de la voluntad y el positivismo hayan sido mi distintivo en grado máximo. Casi rozando el prototipo mismo del inocente, del hombre rusoniano, ya sabes, la filosofía de don Jacobo, el francés. Pongamos el grado máximo de tal inocencia. Yo ya he transitado por todos esos pagos, por el corredor del tiempo, de largo bien cumplido. Así que, no puedo sino concluir: Bien estará cualquier cosa que haga, si ha de evitarme un rosario de galenos y la pérdida de mi hacienda en bálsamos y pócimas de laboratorios.

En resumen, atropellado y confuso, no parezco ser visible ni mis argumentos parecen producir ningún efecto; estoy por concluir que debo haber sido trasladado a un estado de materia no tangible, no perceptible a los sentidos. Lo del ilustre hidalgo, las cosas de la imaginación no están al alcance de cualquiera.

Pues, bien, si eres un funcionario ocupado en cargo o encomienda de perfil de dudosa definición, hazte a la idea de que estás desempeñando un trabajo inmaterial. Acepta que tu vida es totalmente espiritual, nada perceptible a los sentidos. ¿No te das cuenta de que vives en un mundo de baremos, tasas y magnitudes? Lo tuyo y lo mío, por fuerza, ha de terminar mal, de mala manera. ¿O, no? (¡Anda, déjalo, tú siempre tan optimista...!)

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