Que no me quiten la luz ni el sonido.

Con la luz y el sonido podemos recrear nuestra imaginación. Sin luz no hay paisaje ni posibilidad de espacio. Sin sonido, se aleja la realidad y perdemos la sensación de estabilidad temporal. Ambos elementos nos dan la percepción de las emociones. Pueden hacernos sentir bien, relajados, intranquilos, nerviosos, preocupados, angustiados, optimistas, fuertes, sensibles... todo por efecto de la luz que nos muestra las cosas y el sonido que nos interpreta su significado.

Hoy las chicas de sexto de primaria no han podido tener estos elementos. Quizá ellas me dirían que no sea exagerado, que había dos focos grandes y cuatro o cinco candilejas. Aunque estarían más de acuerdo conmigo en que el sonido ha caído tres o cuatro veces en medio de un mismo baile, el suyo. Que al final del festival estaban hundidas y con lágrimas en sus ojos... En fin, que nos ha fallado la luz y el sonido. El teatro es muy grande. Han cabido los abuelos, los papás y mamás, parientes, compañeros de clase... El teatro es inmenso, pero tiene también un proscenio como la boca de un lobo. De iluminar esas tinieblas y de ahuyentar los miedos, se encarga una persona que está enferma. Su trabajo es mitad vocacional, mitad encargo. Y nada más.

Una ciudad de más de cinco mil habitantes, ¿puede prescindir de la luz y el sonido? ¿A quién encomienda una ciudad la gestión de ambos recursos? ¿Es gestión de conocimiento suficientemente valiosa y apreciada? ¿Se asignan responsabilidades a una persona o varias, para que esos bienes inmateriales estén bien custodiados? O, si el voluntario de turno cae enfermo, hemos de quedarnos a oscuras y en silencio. Y, entonces, sin luz y sin sonido, ¿con qué vemos el movimiento del baile, los colores de los vestidos, el brillo de los ojos de las bailarinas, el ritmo de los cuerpos y el vuelo de sus brazos? ¿Cómo pueden las bailarinas interpretar el baile si falla el sonido? ¿Qué ciudad prefiere atender a cualquier cosa y no tener la responsabilidad de cuidar la luz y el sonido?

La escuela también debe estar preocupada por la gestión de ambos elementos. La educación emocional de los chicos y chicas depende en gran medida de ambos recursos. Sin luz y sonido no podremos educar a los pequeños en las potencialidades que posee el ser humano: capacidad de asombro, admiración, pena, compasión, alegría, emoción desbordada... El siglo que estamos construyendo es un siglo destinado a experimentar una nueva alfabetización, la comunicación multimedia. Es nuestra nueva roseta. Quizá de nuestra era no quede otra cosa más tangible, tan sólo estos dos recursos más emocionales que físicos, la luz y el sonido.

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